sábado, 28 de diciembre de 2013

Óscar Tardío Benítez: In memoriam


Óscar / © Óscar Tardío Benítez
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Hola Morral. Llegué de Calella anoche de madrugada y ahora acabo de llegar a mi casa. Me fui directo a la de P. Tenía miedo de dormir sólo. Me abracé a ella, cerré los ojos reposando mi cabeza sobre sus pechos, y por unos instantes me imaginé que estaba abrazado a ti. No te asustes. Me siguen gustando las mujeres. Sólo que tú eras un ángel, caí ayer en la cuenta; un ángel que transmitía esa calma y esa paz que tanto nos va a hacer falta de aquí en adelante, y me dio un rollo “Ghost” psicodélico (o psicotrópico, vale, la culpa la tuvo el Kiku unas horas antes al manufacturarse un dos papeles de marihuana de pedo bendito y de muy laaargo recorrido), aunque muy práctico, la verdad, porque me relajé, que era mi ansiado objetivo. No es que sea creyente, ya lo sabes, pero me da que los ángeles son como los duendes, no tienen sexo ni bandera ni religión.
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Llevaba cerca de 72h de amargo maratón. Primero la llamada de Kiku el 25 a la noche, luego el viaje a Calella… No te dio tiempo a saber que mi madre me había regalado, entre otras, una parca y esta bonita maleta…
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… y se me ocurrió pensar que ambos regalos, en su conjunto, ofrecían un simbolismo de lo más cómico dado que llevo una temporada con todos mis trastos distribuidos por toda su casa. Lo que nunca se me ocurrió pensar es que estrenaría ambas prendas para un viaje que nunca, jamás, querría haber realizado. El único viaje que no deseé llevar a cabo bajo ningún concepto. Y de pronto allí me vi, en un tren con destino a Barcelona para darte el último adiós. Vino Alfons a recogerme y dormí en su casa. Nos acostamos tarde viendo fotos, muchas tuyas, para variar. Estábamos en estado de shock.
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Es raro. Aún me queda el reflejo de esperar tus collejas sonrientes por mi afición a fotografiar según qué cosas con Instagram, tu voz gritando al otro lado del teléfono: “¡Chustooon…!”, para hablar incansablemente de nuevos software de fotografía, de proyectos que nos quemaban en las manos, de horizontes que se dibujaban en nuestra imaginación “llena de pajaritos”.
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Nuestras últimas risas whatsáppicas, las dos primeras del 23 de diciembre. La última de hace unos meses, sopesando la idea de marcarnos una rápida escapada a Marrakech / Essaouira que finalmente nunca pudo ser debido a la virulencia de tu tratamiento.
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También me queda el reflejo de buscarte para decirte, “¡Hey, Pixilla, he conocido a tus amigos de los que tanto me hablaste!”. El tonto reflejo de pensar en hacerme una foto con ellos para luego enviártela… ¿A dónde, exactamente? Qué duro, amigo. Me encantaría poder decirte que allí estaban todos, tal como me los habías descrito mil y una vez. Iván, el compinche para el último viaje de Alfons y mío a Córdoba por Halloween (tu hermano aún se descojonaba de las máscaras que llevamos); Santi, “el tipo capaz de comerse la peor guarrada del mundo” (llevábamos sin vernos desde Marruecos). También Mónica, tan guapa como decías, pero sobre todo de gesto tan dulce como habías descrito. Salva, “el tipo más duro que conocías”, y sin embargo tan entrañable. “Tan duro como para vivir dos años en Andorra en una Citroën Express”, admirabas. Un tipo increíble, sí señor. Hablamos bastante. Vaya par, debíais de dar miedo. Ricard, el vivo retrato de un tipo de gran corazón, como Gaizka, “el loco de las pelucas”, autor de una de tus fotos más divertidas y delirantes, quien por cierto, fue el único capaz de hablar en tu funeral sin romperse en mil pedazos, qué gigantones bonachones. Dani, “ese gran person que estabas empeñado en que conociera porque nos indignábamos del mismo modo cuando viajábamos”, ese modo que te lleva a perseguir buscavidas a la carrera para aplacar una violenta sed de justicia imprevisible como un volcán cuando tratan de tomarte el pelo o de robarte sin elegancia. Fue él quien me acercó de Calella a Sants, en el Mercedes bueno, motor puta madre, que una vez pintó en Ashila y que yo vi en un video que me enseñaste mientras lo conducía por Marruecos, sonriente, y escuchando a Julio Iglesias. "Es el tío más feliz del mundo", decías entre carcajadas. Llegamos raudos y quitándonos el turno de palabra a traición en un habitáculo “lleno de pajaritos”, tantos como los que nos dejó el dos papeles del Kiku, quien no paró de llorar como un valiente. Como todos, la verdad. Sin miedo ninguno. Tal era la pena. Aunque si hubieras visto a estos dos mutantes de Kiku y de mí abrazados y mocosos como chiquillos tú también habrías sentido pena, puedo asegurártelo. Pero de la estampa que debíamos de ofrecer al respetable J Seguramente había muchos más amigos que me dejo sin nombrar, pero comprenderás que mi cabeza no estaba muy despierta. Aún me cuesta pensar.
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De izquierda a derecha, Gaizka, Óscar, su madre, su padre e Iván, en un viaje realizado a la aldea de Cuenca, en Córdoba, para raparle la cabeza a Óscar / © Living my cáncer / Óscar Tardío Benítez
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Lo que me dio por pensar ayer es que fuiste un hombre bueno que tuvo la virtud de rodearse de gente buena. Esto dice mucho de ti. Tanto como el hecho de que fueras un ángel o duende lo demuestra, precisamente, que sea tu estela lo que nos hayas dejado en herencia: Un pequeño ejército de gente buena, cada uno de su padre y de su madre, a los que sin que nadie nos diéramos cuenta formaste a medida con muchas sonrisas y pequeñas enseñanzas que ahora se revelan fundamentales. Una particular y variopinta tropa de grandes corazones con ese nexo común que es la bondad y la pureza sin postureo ni cartón. Me consuela pensar que si he perdido un amigo también he ganado nuevas amistades que te construiste poco a poco a modo de fortaleza, el gran proyecto de tu vida. Sí, eras un ángel, por eso te fuiste el 25, día de Navidad. Ya sabes que no soy creyente, pero sí que me vengo arriba y asocio nido con pájaro con tan sólo unas pocas caladas. De ese modo nos hicimos amigos (¿o no?), por nuestra afición a pensar atropelladamente, a la velocidad del rayo. Con la sonrisa perenne en el rostro: Tú natural. Yo (tal vez) inducida. Da igual el medio cuando el mismo fin es igual de loable: Vivir, sonreír.
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Te conocí en medio del viento un mes de diciembre. Quizá en la plaza con más viento del mundo, abierta de par en par al Atlántico, en Marruecos, “ese país donde las montañas mueren en desiertos y los desiertos en mares violentos”. Te acababas de divorciar y habías decidido perderte por el África negra -esa misma que yo sólo accedería a conocer si era de tu mano-, sin fecha de vuelta, con tu perro, Ego, y con tu coche, un todoterreno del año 3 que habías convertido en un hogar rodante de hacer kilómetros con tus hábiles manos ‘MacGuiver’. Ya no estás aquí para corregirme, pero supongo que te diría, “Vete a tomar por culo y vente a dormir a mi casa. Perro incluido”. A esto último no accediste, pero te quedaste unos días y Ego al menos pudo comer y beber con nosotros en aquel estupendo jardín que tenía la casa. Luego volviste unos días con Santi, yo dejé la casa, me perdí a su vez por Asia y la siguiente vez que volvimos a vernos fue en el aeropuerto de El Prat. Fue cuando yo volvía de Berlín para pasar la Navidad en familia. Viniste a recogerme y nos perdimos en un bar de la antigua Barceloneta para ponernos al día. Pagaste tú, por cierto, yo estaba sin un duro. Nos habían pasado tantas cosas. “Qué cojones hace el Gassó en Berlín. ¿Me lo puedes explicar?”. Aquel día que nos presentó Leila en la Place de Moulay el Hassan fue como ese primer día de clase en el colegio infantil en el que sólo de una mirada o un gesto -estírame el dedo. Y el otro se tira un pedo-, ya sabes quién será tu amigo del alma durante todo el curso y todos los que vengan después. Mismo humor, mismos horizontes, mismas ganas de gamberrear este mundo lamentable para quitarle hierro a esa gravedad gratuita que algunos se empeñan en ponerle a la vida…
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Este es el cielo que quedó en el ocaso de tu despedida. Seguro que fue obra tuya, Pixilla ;)
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Estos días recuerdo aquella mañana en Rishikesh, norte de India, yendo a curiosear el ashram en el que estuvieron los Beatles. Caminábamos uno al lado del otro, hablando de los momentos de soledad a los que uno se enfrenta cuando se viaja 'de a uno' en trayectos que duran meses. De pronto nos quedamos callados y pensativos, nos miramos, paramos en seco y nos dimos un sentido abrazo para ahuyentar esa supuesta soledad y falta de cariño. Fue el instante previo a que dos sonoras carcajadas rompieran el momento absurdo que habíamos creado sólo por echarnos unas risas. También, la huida de ese parque temático de la espiritualidad dominado por pijipis occidentales de hostia redentora que emprendimos a bordo de un taxi con cuyo maletero mega oxidado yo me abrí la frente, cantando “Malagueña salerosa” como grito de victoria. Son muchos momentos. Como el chile que te comiste en una daba de Nueva Delhi, “¡Me sobran huevos!”, haciendo caso omiso a nuestro "No lo hagas". Capitán Guindilla. Pasaste del morado al azul y del azul al amarillo y tardaste tres horas en volver a poder hablar tras calcinarte garganta, nariz, orejas y cerebro. Lo que nos pudimos reír el Kiku y yo mientras nos mirabas con cara de “sois un par de hijos de puta” con sonrisa de oreja a oreja. Risioterapia de la maldad bondadosa como modo de vida. Esa fue siempre la idea.
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Te fuiste sin explicarme el método Dragan, Pixilla. Ya ves, sí, fue una de las tantas tonterías que me dio por pensar mientras pasaba de la incredulidad al llanto y del llanto a un desconsuelo que se me antoja infinito. Leía los últimos Whatsapps de hacía escasas horas, leía el post que me habías dejado hacía tan sólo un par de días en mi muro de Facebook, leía tu última entrada a “Living my cáncer” y… No me lo creía. No podía dejar de mirar la conversación a la que le hice una foto de esas que tanto detestabas sólo porque estaban hechas con un móvil. Me hace sonreír pensar en esto. En realidad es una captura de pantalla, no una foto. “Pos vale”, dirías tú. “Un chustón”. “Todo lo que no sea un f1.4 es un chustón para ti, jodido Polvorilla”, contestaría yo. Y luego sé que los dos nos quedaríamos mirándonos de reojillo y pensando en silencio, para nuestros adentros, si no sería el otro el que en realidad tendría razón. Tampoco el último Whatsapp que te envié el día 25 a las 12.12h del mediodía, al que ya nunca contestaste: “¿Cómo va? Lanza bengala”. Luego me enteraría de que quisiste advertirle a tu hermano de que nos contestarías a todos después de descansar un rato, por la tarde. Fueron tus últimas palabras. Yo pensé que no contestabas porque estarías sobrepasado de mensajes y también de efectos tóxicos secundarios de esa última quimio que, para esos días, ya estarían empezando a presentarse, como ha ocurrido en cada sesión de este último ciclo. Lo hablamos muchas veces. Una cosa y la otra, los efectos de este último complejo químico, que ya te había provocado acúfenos y sordera, pero sobre todo la incapacidad de gestionar tal avalancha de cariño con todo éxito. Normal. Tu forma de entender el mundo era un canto de sirenas que atraía a multitudes. Así que no le di importancia. Te llamaría el 26. Pero el teléfono se adelantó. 
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En la noche del 25, después de 24h de auténtica maratón familiar, salí a la calle a dar un paseo a cabezazos contra esa “ciclogénesis explosiva” (o “creativaaaRL…”), que en realidad era una ventolera de mierda y cojones de toda la vida, peste de nombres apocalípticos. Calles vacías, viento fresco en el rostro, deambule sin rumbo. El plan perfecto. Nunca llevamos muy bien que nos taladrasen el tarro, bastante teníamos con mantener bajo control nuestra hiperactividad cerebral como para que alguien nos contase su fascinante vida interior. Y de pronto sonó el teléfono. Era Kiku, 23.19h. A las 21.35h tu cuerpo no había podido más. ¿¿¿Qué??? ¡Si habíamos estado de coña hacía nada! Y yo no te veía mal. Siempre te lo dije. Había pasado por lo mismo que tú 15 años atrás y hablábamos del tema con bastante franqueza. Suavizando, pero sin desviar las cuestiones que te inquietaban. Y te juro, Óscar, que nunca pensé que nunca llegarías a puerto. Estaba convencido de que TODO quedaría en una muesca más en una vida, la tuya, plena de viajes y aventuras. Busqué asiento, mareado. Te habías ido y no había sido capaz de ver venir semejante oscuro desenlace. Tiene cojones que después de esa breve conversación balbuceante con Kiku sólo quedara viento, como la primera vez que nos vimos en la Place de Moulay el Hassan. Viento violento y silencio. Sólo silencio.
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Aún no me puedo creer que ya no estés. Pero ya está. El peor de los escenarios ha sucedido y “ahora sólo queda asimilarlo”, que dijo Dani en la puerta de Sants. A la salida de la Iglesia tu padre nos pidió un  “No olvidéis a mi hijo” y no, no te vamos a poder olvidar. Siempre estarás con nosotros. Como decía tu bienquerido Salva removiendo los hielos de un gintonic de Hendrix que nos calzamos a tu salud en el garito que más detestabas de toda Calella (lo que entenderás que me pareció la mejor elección, un pacto es un pacto; todo por echarse unas risas): “Para mí no se ha ido”. De hecho ya han surgido varios proyectos en tu memoria. Uno es una página web que albergará todos tus trabajos fotográficos y todos tus textos (incluido el inconcluso “Fotografía Accidental”), y a ser posible un capítulo de cada uno de tus amigos -que me comprometo a editar y abrillantar uno por uno-, explicando quién fuiste, con su correspondiente galería de fotos de álbum personal (amén de una sección de vídeos que lleva el nombre de Kiku, advierto al aludido). También, un encuentro homenaje después de Semana Santa en Essaouira, a donde se baraja bajar tu catxarret, por cierto, después de terminar de arreglarlo, aprovechando que Ricard y Gaizka concluyen allí un rally con esos jeeps por los que les inoculaste el gusanillo de trotar a cuatro ruedas por los sinuosos caminos de África. Juli, ese “otro crack”, como decías, tu hermano, opina que tú ibas repartiendo semillitas de ganas de hacer cosas entre la gente. Parece cierto. Y bueno, por último, ya sabes que me vengo a arriba con espantosa facilidad, se me ha ocurrido que estaría bien liar a la Estación de Grandvalira para crear un premio fotográfico con tu nombre, en Calella, que trate sobre el espíritu de superación personal. Alfons sería el perfecto director del proyecto. Ah, y una exposición para las navidades del año que viene.
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Ya ves que no te vamos a olvidar nunca, Polvorilla. Vamos a echar mucho de menos a ese ángel que fuiste, consagrado a salvar vidas en la montaña o en el fuego. 
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Y joder, qué insoportable se hace ahora la idea de que nada pudiéramos hacer nosotros por salvarte a ti la tuya... 
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Me impresionabas mucho, nenico. No sé si te insistí suficientes veces. Esa frase tan tuya y que tan bien te definía y que pronunciaste en diferentes momentos de tu vida, siempre quitándote y quitándole importancia a las cosas que no debían de tenerla. "Si se puede, se puede. Y si no, ¡a otra cosa, mariposa!". Queden tus palabras, pues, esas que tanto me impresionaban mucho antes incluso de quedar escritas, en lo que hoy sé que fue tu despedida (tal vez) inconsciente pero certera:

“Hoy es día 23 de diciembre. Son ya ocho meses de tratamiento. Sin progresión, sin mejora. Sé, a día de hoy, que dos de los tres tratamientos protocolados para mi enfermedad no funcionan. El futuro es incierto, siempre lo es. A algunos este futuro se nos muestra más real y próximo que a otros. Así que desde esta posición que se me antoja vivir os pido que no se os ocurra desaprovechar vuestra vida. ¡Sacudiros la pereza y salir a por todas! ¡Es una orden! ¡Coño!

[…] se avecina tiempo de cambios y noticias importantes. Un desenlace quizás próximo, por lo menos un punto en el horizonte hacia donde trazar rumbo. Y es que yo no necesito un continente donde sentirme firme, ni tan siquiera un salvavidas al que agarrarme. Yo aún sigo fuerte para seguir nadando en mar abierto durante mucho más tiempo rumbo a las estrellas”.
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Te quiero mucho, Polvorilla. Y te voy a echar mucho, muchísimo, de menos.
(Nunca pensé que perdería a un amigo del alma).
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Algunas estampas para el recuerdo... LOL
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Paseando por las calles de Nueva Delhi con una israelí temerosa de Pahar Ganj / © Kiku Comino

Qué bien lo pasamos con el ojo de pez del Kiku y unas cuantas cervezas nocturnas / © Kiku Comino

Viajar en tren por India es SÚPER divertido, tal como se ve en la imagen filtreada como TANTO le gustaba a Óscar ;)

Abandonando Rishikesh tras reventarme la frente contra la puerta del maletero de un taxi oxidado y antes de arrancarnos por bulerías una "Malagueña salerosa"
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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Nirbhaya (I)


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"Si no podemos evitar las violaciones, disfrutémoslas". La noticia está publicada por Europa Press y recoge unas declaraciones del mismísimo Director de la Oficina Central de Investigaciones, la principal oficina de investigación criminal de la policía india.
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El año pasado, por estas fechas, viajaba junto a dos amigos de Pushkar a Bundi, dos de las más bellas poblaciones del Estado del Rajastán. Además de para tomarme un par de días de vacaciones -para ese momento la cantidad de artículos que me pedían desde Madrid sobre la ola de violaciones que parecía azotar al subcontinente de la noche a la mañana rayaba en lo morboso (aunque en ningún caso tamaña y macabra tradición fuera así de repentina)-, y de paso, también quería visitar, cuatro años después, a la familia que me había acogido en mi primer viaje a ese lugar tan incómodo de llegar por carretera, protagonista de un pequeño artículo para la revista MujerHoy. Por eso mismo habíamos alquilado el servicio de un "taxi". 
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Esa misma mañana en la que partimos yo debía de hacer una conexión en directo para hablar del escabroso tema con la cadena Ser. La hora de la conexión coincidía con la mitad de nuestro trayecto, así que convenimos con el conductor que nos buscase un llano en el camino sin ruido ambiente ni cientos de indios revoloteando alrededor, con los ojos como platos, extremadamente curiosos como son, que dificultasen la incómoda tarea de oír bien lo que te están preguntando desde un estudio situado a más de 12.000 kilómetros de distancia. Poco después, ya que estábamos, hicimos un alto para comer.
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Fue en esa parada cuando, un poco por hablar de cualquier cosa, un mucho por curiosidad, le pregunté a nuestro conductor (un tipo joven muy amable y muy simpático, eficaz y hombre de confianza de otros amigos que nos lo habían recomendado; también parte muy representativa de esa nueva clase media india que un Sociólogo de allí describió en "dos tipos: La que tiene coche y la que no"), qué pensaba de todo aquello que había destapado el caso Nirbhaya.
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Nunca se me ha cerrado el estómago tan de golpe ni he sentido el deseo de romperle a alguien un plato de comida en la cabeza (sobre todo a la hora de comer), como cuando el tipo, confiado y relajado por el amigable ambiente que se había creado, contestó: "El problema no es la violación, el problema es que a Nirbhaya le metieran una barra de hierro por el culo" [que le desgarró y extrajo los intestinos dejando una escena de auténtico horror ante la impasibilidad de la policía, que durante más de una hora, con Nirbhaya agonizando en la calzada, estuvo discutiendo a quién pertenecía la jurisdicción de esa zona].
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Lo que me turbó de esa confesión despreocupada, con la boca aún llena de comida, fue precisamente la despreocupación y alegría de semejante razonamiento, por desgracia mucho más común de lo que podría parecer en un país de 1.200 millones de habitantes de los que un 60% son analfabetos, vistos los graves disturbios que generó el caso
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Por lo demás, me encontré con la familia, de quien cuelgo la foto que ilustra este artículo. Lo que parece un niño es en realidad una niña vestida como un niño para evitar la discriminación a la que se enfrenta la familia entera, en el pueblo de Bundi (uno más), por el delito de haber cogido las riendas de un negocio siendo mujeres, tras la muerte del cabeza de familia.






jueves, 7 de noviembre de 2013

Camus, el extranjero eterno

Aquí dejo una pieza que salió publicada ayer en El Mundo sobre Camus, uno de los más precisos retratistas de la (lamentable) condición humana (digo "retratista" porque no sé distinguir entre literatura o fotografía; si sabes escribir, estás haciendo fotos. Y viceversa). Someter al individuo frente a fuerzas abstractas inabordables hasta convertirlo en un ser pasivo y escéptico, abyecto, indefenso y extranjero en su propio entorno. 

Pues... para mi que no han cambiado mucho las cosas...

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De haber vivido cien años Albert Camus, ¿seguiría siendo sin haberlo sido, como ese señor Meursault -protagonista de esa primera novela que le catapultó a la fama cuando apenas tenía 29 años-, pasivo ante la vida y la tragedia, escéptico frente a lo ético o lo universal?
No es que 'El extranjero', publicada hace 71 años, fuera una declaración de principios autobiográficos firmada por el mismo Camus. Se limitaba a retratar otros escenarios existenciales propios de épocas convulsas. Sin embargo, el argumento de la novela bien podría parecer el mismo por el que Camus, de alguna manera, fuera condenado a cierto ostracismo por sus propios contemporáneos, forzado a deambular sin parada en una u otra parte por una suerte de extranjería eterna entre el norte de las ideas y el sur de la pólvora y la emoción.
En 1945, desde el periódico parisino 'Combat', había denunciado enérgicamente las matanzas de Sétif. Charles de Gaulle -el mismo que elogiaba a Camus como un ejemplo de periodismo insobornable y libre-, había declarado el 8 de mayo el día para celebrar el triunfo sobre la Alemania nazi, una fiesta por la libertad que los musulmanes de Sétif se tomaron al pie de la letra. Salieron a la calle, entre otras, portando la bandera argelina, y la jornada acabó con un reguero de muertes que se sitúan en centenas entre los colonos, y en miles -se habla de cerca de 20.000-, entre los "indígenas", como los llamaban los franceses.

Precoz, rebelde y libertario

Su investigación y denuncia en la 'Miseria de Cabilia' -corazón de la resistencia contra el colonialismo francés-, publicada en el Periódico del Frente Popular unos años antes -y poco después de haber roto con el Partido Comunista por serias discrepancias-, había concluido con la prohibición de la publicación del diario, y la presión para que Camus no pudiera encontrar trabajo en Argelia, lo que le había llevado a Francia.

Camus, 'Pies negros' de nacimiento, precoz hasta en rebeldía, había posicionado su máxima existencial defendiendo que la literatura "no es servir a los que hacen la historia, sino a los que la sufren". Por eso, quizá, el comprometido peso de la intelectualidad de entonces, con Jean-Paule Sartre a la cabeza, no entendió que durante su discurso al recibir el premio Nobel de Literatura en 1957 -tres años después de que hubiera nacido el Frente de Liberación Nacional (FLN) en Argelia-, Camus no dijera nada acerca de esas víctimas de su historia más reciente, y sí condenara que el FLN recurriera a la lucha armada y los atentados para defender una "causa justa" usando "métodos injustos".
Alumbró, además, una frase que pasaría a la historia: "Si un día tengo que escoger entre la justicia y mi madre, escogeré a mi madre por encima de la justicia". Quizá sólo pensaba en su madre, activa usuaria del tranvía en Argel, objetivo habitual de ataques terroristas. Como quizá tampoco celebró en su día la victoria sobre Japón tras el lanzamiento de dos bombas atómicas al tachar la hazaña de "locura". Fue, para muchos, el perfecto epicúreo. Quizá.
Apenas tres años después de recibir el Nobel, Alberto Camus moría, una vez más, precoz, en un accidente de tráfico. Tenía 47 años. Dos más tarde, Argelia conseguía su independencia e inauguraba otra época negra de cuatro décadas en las que las divisiones entre dos facciones del FLN provocaron un golpe de Estado, primero, y una cruenta guerra civil entre Gobierno y diferentes grupos islámicos a partir de 1991, después de que la primera ronda de las elecciones fuese cancelada al saberse que ganaría el Frente Islámico de Salvación (FIS).
Camus defendía el derecho de cada ciudadano a elevarse por encima de la masa para alcanzar su propia libertad. Tenía sólo 22 años cuando escribió, en el ensayo 'El revés y el derecho': "En África, el mar y el sol son gratis". Lo único gratis. Quizá como hoy en día. Igual. O quizá, otra precocidad más vigente que nunca.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Con Beneyta, 2008

Esto es lo que pasa cuando te pones a abrir carpetas de tu archivo como si no hubiera un mañana, buscando cualquier otra foto... :)
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Beneyta y yo. Campamento de refugiados de Dajla. Abril de 2008

lunes, 21 de octubre de 2013

Naha, Meia, Beneyta y Dajla

Esta es una de esas historias que no caben en los periódicos, o no al menos en los periódicos de este país; básicamente porque es muy personal y porque las historias que parecen fábulas -hablo por experiencia, he trabajado desde India (chiste fino)-, no interesan a la prensa española.
Pero es chula. O lo acabó siendo, aunque no lo fuera para todos desde el principio.
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Dajla
En abril de 2007 viajé por primera vez a un FiSahara. Había oído hablar de ese festival de cine, único, que se celebra en un campo de refugiados, pero no disponía de mucha más información de la que se publica en los medios. Y esto, por cuestión de estilo y lenguaje, poco o nada tiene que ver con los sentimientos que despierta en las entrañas de cada uno. Aspiraba a visitarlo algún día y un buen día me llegó la ocasión. Era, además, la primera vez que se celebraba en el campamento de Dajla, el más al sur de los cuatro asentamientos de refugiados (wilayas, ciudades) saharauis, ubicado a unas cuatro horas de coche desde Tinduf y a escasos 4km de la frontera con Malí.
De lo que recuerdo del trayecto de ida es que por un retraso con el avión el vuelo se hizo de madrugada -lo que me dio tiempo para observar con curiosidad y detenimiento a los dos únicos guiris (súper guiris) que parecían perdidos entre aquella expedición de españoles-, y que llegamos al campamento poco después del amanecer.
Lo primero me provocó simpatía. Bastante. Había que ver a aquellos dos extranjeros rubios y de ojos claros (y como platos), con gesto de despistados, entre una borrasca de gitanos que a la segunda hora de retraso ya andábamos acampados cómodamente por la sala de embarque como si fuéramos nosotros mismos los refugiados. Cantaban más que la Traviata, era muy cómico. Así que cuando hubo que distribuirse en los diferentes jeeps a la llegada al aeropuerto militar de Tinduf para sortear (la entonces inexistente) ‘carretera’ hasta el campamento de Dajla, me ofrecí voluntario para viajar con ellos. Me llamaban mucho la atención. ¿Qué coño harían ahí? Me pudo la curiosidad. Y fue definitivo. Llegar al campamento de Dajla al amanecer, cansado, sin haber dormido, después un viaje largo y pesado (llegamos rebotando dentro del jeep después de circular por llanos de piedras que parecían no tener fin; los chichones y las risas que conllevan, unen), hizo que tampoco dudara a la hora de compartir con ellos la jaima donde la organización había destinado su alojamiento. Y fue allí donde comienza esta historia.

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Naha
Ese era el nombre de la mujer de nuestra casa (cabe señalar, para quien no lo sepa, que la sociedad saharaui es una de las sociedades árabes más modernas que existen, absolutamente matriarcal, en la que el hombre es la fuerza bruta y la mujer la que piensa, luego distribuye las ideas y finalmente manda construir. Lo que no quita que friegue, cocine y también sirva el té, gesto que determina quién es el anfitrión del hogar y por tanto, quién manda). Naha tenía cinco hijos: Dos varones de 10 y seis o siete años, y tres muchachas de los 10 a los 18 (sólo conocí a dos). Mantenía cierta distancia con todos nosotros, como todas las madres de hijos temporales y repentinos, supongo, aunque se comportaba como tal; comprensiva, sonriente y condescendiente hasta si uno llegaba de madrugada después de haberse dejado neuronas y lucidez en casa del único traficante de hachís que debe existir en un campo de refugiados. Sí, yo confieso: Fui yo quien se perdió una noche de aquel festival y despertó a una familia cualquiera, a voces, cuando dormían, angustiado ante la idea de pasar una noche a la deriva de un mar de jaimas que olean en absoluta oscuridad. Efectos del cannabis, supongo J El caso es cuando aquel simpático dealer me dijo “Tú volver a jaima SÚPER-FÁCIL. Recto, cinco minutos, y a izquierda”, no es que me viniera arriba, es que me vi extra capacitado para asumir la (aparentemente sencilla) misión de volver a mi hogar. No contaba con que mi cerebro no estaba muy ágil como para ponerse a calibrar cuánto serían cinco minutos, diez minutos o treinta segundos, sin ni siquiera llevar un reloj, ni tampoco con el hecho de que, cuando le compré la linterna al chino cabrón de debajo de mi casa, unos días antes de viajar, debería de haber comprobado que las pilas NO eran “nuevas”, como me había asegurado aquel, ahora sí, enemigo amarillo. Y de ese modo, conforme me vine arriba, me vine abajo. Lo que en un principio me pareció bucólico –una noche bajo las estrellas del remoto desierto del Sáhara esperando que llegase el amanecer-, se convirtió, en cuestión de minutos, en un ataque de pánico seguido del consecuente guirigay de ideas sin sentido ninguno, a cual más absurda, que me llevaron a despertar a una familia entera, de madrugada y a berridos, para que me devolviesen a dónde quiera que perteneciese mi alma perdida y extraviada. Sólo quería un techo. Naha, al verme aparecer delante de una mujer saharaui seriamente cabreada, de noche cerrada, y pidiendo disculpas a cada colleja que silbaba en mi cogote, me recibió entre carcajadas y el sueño pegado en las ojeras. 

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Naha en 2007, a la izquierda, y en 2013, a la derecha / Fotos: Rafa Gassó

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Beneyta
Era la hija pequeña. Conectamos muy bien. Paseaba todo el día de su mano, arriba y abajo –nuestra daira (barrio) no estaba muy cerca del centro de prensa, protocolo, proyecciones, etc-, y me encargaba de alertar a todo el que me quisiera oír sobre sus repentinos fallecimientos cada vez que se tiraba al suelo y fingía que le acababa de dar un ataque mortal. Casper, que así se llamaba el fotógrafo guiri que ese mismo invierno se convertiría en ‘Mejor Fotógrafo de Prensa’ de su Suecia natal, se había convertido en nuestro grito de guerra y andábamos todo el día arengando un “¡Viiivaaa! ¡Caaaspeeer!” por toda la casa y sin venir a cuento, totally free style en cuanto a bises se refería. Si alguna vez había soñado en tener una hija, en ese momento hubiese querido que fuera como Beneyta. Nos lo pasábamos requetebién. Por las noches, en las proyecciones de la pantalla del desierto, se apretujaba cuando la película ya iba por la mitad del metraje y el frío ya se había instalado en el cuerpo (era abril). Cuando finalizaba la última película nos reuníamos para volver a casa, con…

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Beneyta antes y después, con seis años de diferencia / Fotos: Rafa Gassó
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... Meia
Meia era la mayor. Tenía 18 años y un novio con el que se citaba a escondidas, por las noches, durante el tiempo que duraban las proyecciones. Hacía “como que venía” con nosotros, con Beneyta y conmigo, a ver las películas, y en cuanto se apagaban las luces desaparecía con su maromo. Me divertía mucho mi rol de 'coartada' y todas las mañanas me ponía al día en el desayuno. Hasta el penúltimo día, en que amaneció con el gesto torcido y los ojos hinchados de quien ha pasado una noche entera llorando. Esquiva, no respondía a mis interrogantes, hasta que terminé llevándomela del brazo a un apartado y le pregunté qué había pasado. Se levantó ligeramente la melfa, dejando el brazo y media espalda al descubierto, y con ellos, un sinfín de hematomas en sangre de quien ha recibido mil latigazos. Había sido su tío, quien al contrario de los propios padres de Meia, no aceptaba la relación con el maromo misterioso con el que desaparecía todas las noches durante las proyecciones. El muy valiente había decidido darle una lección con la ayuda de un cinturón con el que, visto lo visto, se había empleado a fondo. La fotografié. Le dije que me llevaba su dolor atrapado en mi cámara. Se rió tontamente. Me sentí estúpido. Y profundamente inútil.

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Meia en 2007 y 2013, hoy madre de dos niños / Fotos: Rafa Gassó
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2013: Seis años después
¡Qué hijo de puta! Yo estaba flipando. Y tal cual, flipado, se lo conté a alguien que había viajado al festival para dar un concierto y con quien estaba en ese momento, en su jaima, haciéndole fotos. No sabía qué hacer. Tampoco me hizo mucha falta. Esta se lo contó a otro y este a (hoy) dos de sus socios. Dos horas después aparecía un jeep de la organización en la puerta de mi jaima para recogerme con destino a la comisaría. Habían detenido al tipo, estaba en el calabozo, y debía reconocerlo, enseñar las fotos y denunciarlo (¡yo!). Qué putada. Europeo bienintencionado viaja unos días al culo del mundo, deja un Cristo liado enfrentando a la familia que lo ha alojado con los brazos abiertos, y se pira por donde vino y si te ha visto, mañana ni se acuerda. Meia me explica que cuando su padre vuelva matará a su tío (a hostias; o quién sabe), que ella y su novio se van a ir a vivir a otra wilaya, y que denuncie. Y así hago, sólo que yo no he visto al agresor en mi vida. No sé quién es y no conozco su cara. Igualmente, me lo enseñan. “Jódete”, pienso. La policía, dos mujeres que me miran de reojo con mala cara, y un tipo, observan las fotos que le he hecho con mi cámara, toman nota, y luego, sin la concesión de una sola sonrisa, me largan. Al día siguiente me despido de Naha, Meia y Beneyta, que llora; de Dajla, del festival y de los saharauis. Horas más tarde, vuelvo a dormir en la mullida cama XXL de mi cálida alcoba tirsomolinera. Llevo la causa saharaui tan adentro que sólo tardaré seis años en volver. Como todos.
Sin embargo, antes o después, existe un día para el reencuentro.
Héctor, gran compañero de Público, y en este nuevo viaje, también de jaima, me acompañó en la búsqueda de aquella familia y lo grabó con su móvil. Les llevaba las fotos que les hice entonces. Y esto, una sucesión de preguntas repetidas mil veces y respuestas improvisadas, fruto de los nervios y de ese tonto pudor que provocan algunos reencuentros, fue lo que quedó registrado:
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Me impresionó mucho ver a Beneyta, hoy ya una mujer. A Naha y a Meia las encontré igual que entonces. Meia tiene dos hijos. En un momento de barullo a nuestro alrededor le pregunté si el marido y padre era aquel mismo con el que se encontraba por las noches a espaldas del cine. Me sonrió de oreja a oreja y dijo que sí con la cabeza. El momento de confidencialidad, seis años después, duró muy poco, lo justo para que nos sirviesen el segundo vaso de té, ese que dicen que [si el primero es "amargo como la vida" y el tercero "suave como la muerte"] "es dulce como el amor".
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P. D. - Si alguna vez tienes la desgracia de cruzarte con una chica a la que están agrediendo y no la defiendes, tendrás que asumir el resto de tu vida que eres un cobarde.