miércoles, 25 de junio de 2014

Cooperativas de mujeres en India: 6 futuros escondidos en 6 microcréditos


Seis personas nos narran cómo tratan de cambiar sus vidas gracias a su organización en cooperativas y el acceso a microcréditos
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- Los shangams, son cooperativas que nacieron en respuesta a la vulnerabilidad de nacer mujer en India
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Sakubai: "Concienciaría mucho a la mujer, pero también a los hombres, a quienes hay que educarlos en la igualdad"
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© Rafa Gassó
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Lo que juntó el hambre que no lo separe la pobreza. Podría ser este el titular que explique qué son los shangams, unas "cooperativas" de mujeres que nacieron -y crecieron- en respuesta a la vulnerabilidad que supone haber nacido en uno de los estados más deprimidos de India, el de Andhra Pradesh, una de las zonas más remotas y rurales del subcontinente, habituada a enfrentarse a serios problemas de sequía, esos cuya primera consecuencia es la falta de alimento y, por tanto, de desarrollo intelectual.

Han sido siglos y siglos de verse condenadas al ostracismo; de vejaciones, de malos tratos o, en el mejor de los casos, de saberse un cero a la izquierda una vez cumplida "su función" de procrear. Muchas mujeres empezaron a organizarse y a crear grupos de trabajo, de apoyo y de ayuda, de terapia; a estudiar para armarse contra la hostilidad inherente de aquellos territorios donde la civilización, tal como la entendemos en Occidente, nunca tuvo ninguna prisa en llegar.

Hoy se cuentan más de 4.200 shangams que tienen más de 56.000 mujeres asociadas, de las que más diez mil disfrutan del programa de microcréditos de la Fundación Vicente Ferrer y otras seis mil participan en centros de entrenamiento y prácticas laborales. Además, y por un lógico efecto dominó, se han generado otros 1.200 shangams para personas con discapacidad que cuentan con 15.000 asociados y 18 residencias escolares que dan cobertura a 1.200 estudiantes con algún tipo de incapacidad. En total, 978 pueblos cubiertos por el Fondo de Desarrollo para Mujeres. Las claves: empoderamiento y educación.

Lo explica Nalliwari una mujer de 35 años que cuando era niña se libró de trabajar en el campo pero no de coser y coser -sin cantar-, y que hoy lidera el shangam de Vanaja al tiempo que estudia 10º grado en la escuela a la que entonces no pudo acudir. Quiere ser profesora o pnfermera y trabaja en un programa de sensibilización en VIH, cuyos casos sigue de cerca tras haber recibido un programa de formación de 21 días.
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Nalliwari © Rafa Gassó
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"En este shangam somos doce miembros", explica Nalliwari. "Hemos tenido muchos casos de niños esclavizados, sin escolarizar o víctimas de matrimonios infantiles, y también muchos casos de violencia contra la mujer a manos de maridos alcohólicos que se vuelven violentos. Tratamos de hablar con ellos, de concienciarles y de mediar", aunque existe el divorcio y se lleva a cabo. "La forma de relacionarse entre las mujeres y los hombres [indios] ha cambiado mucho desde finales de los 70", apostilla, "es más moderna". Tratan, por encima de todo, de "empoderar a la mujer", de hacerla económicamente independiente por medio de la creación de negocios.

Es el caso de Kuntema. Tiene la mirada triste y perdida de quien con 31 años ya lleva otros tres de viuda en la India más rural y profunda, con todo lo que eso conlleva; de un marido, además, que se casó con ella en segundas nupcias y nunca superó la depresión de haber sido abandonado por su primera esposa. Los dos trabajaban en el campo -cultivando arroz, quitando matojos-, y tuvieron dos hijos que hoy tienen 20 y 18 años.
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Kuntema © Rafa Gassó
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"El mayor tampoco está bien", cuenta Kuntema a la traductora con apenas un hilillo de voz. "Está mal, pega a su mujer". Explica que, al principio, en la aldea, no la respetaban, "no me trataban bien". El shangam habló con la comunidad, y "ahora está todo bien", resume Kuntema. Recibió un préstamo con el que compró dos corderos –le cuestan entre 2.000 y 2.500 rupias, 25€ o 31€, y los vende por 8.000 INR, unos 100€-, y en breve, en cuanto lleguen los monzones, comprará dos más. Al lanzar al pregunta de si volvería a casarse, responde: "No puedo, mis hijos son ya mayores".

Sanjama, de 25 años y madre de dos hijos de otros 5 y 10, optó por comprar un solo búfalo por 20.000 rupias (250€), con la ayuda de un préstamo de la Fundación de 18.000 rupias más otras 2.000 que puso ella de su bolsillo. Le extrae 6 litros de leche al día, de los que se queda uno para hacer yogur y queso –"antes los terratenientes no nos dejaban ordeñarles porque decían que los búfalos se morían", cuenta Sanjama riendo-, y los vende a 28 rupias (0,35€) cada uno. Dentro de ocho meses, "cuando devuelva el préstamo", confía, comprará otro. Será el cuarto miembro de la familia, ya que la búfala, co-protagonista de un 'Cuento de la Lechera' con final feliz, tuvo dos crías. "Mi marido continúa en el campo, pero ya no tiene que ir a pedir trabajo", remata orgullosa.
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Sanjama © Rafa Gassó
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Microcréditos, "maxirréditos"

Sakubai, de 38 años, y su marido, de casta tribal, trabajaban preparando la cal que vendían luego de pueblo en pueblo. No les iba muy bien y el programa "De mujer a mujer" –un efectivo proyecto de desarrollo a través de microcréditos otorgados por benefactoras particulares a pequeñas emprendedoras indias de ámbito rural-, les ofreció un préstamo con el que abrió un colmado. Con lo que ganó, unas 300 rupias al día (poco más de 110€ al mes), le compró un rickshaw al marido, financiado y que ya terminó de pagar, que le da un beneficio de otras 6000 rupias (75€).

Sakubai, que tiene cuatro hijos estudiando de los que uno "será ingeniero", otra "médico" y otro "abogado", asevera con una sonrisa de oreja a oreja –el cuarto es aún muy pequeño-, recuerda que antes no podían hacer nada. Los dos cabezas de familia tenían que cargar con sus hijos para ir a trabajar. "Y ahora no", resopla con una carcajada. Ante la pregunta de qué seguiría cambiando, esta mujer vitalmente risueña a la que le hubiera gustado ser profesora, no duda en contestar: "Concienciaría mucho a la mujer, pero también a los hombres, a quienes hay que educarlos en la igualdad". El marido, que sigue con una amplia e irreductible sonrisa, divertido, toda la conversación, se cuela: "Yo cocino mucho para mis hijos y mucho mejor que ella", apostilla entre carcajadas.

Pero en India no sólo es la mujer la más vulnerable. También están los discapacitados. Es el caso de Narasimhulu. Durante años le llamaron "El Ciego", negándole así su nombre de pila o alimentándolo como se alimenta a un animal de compañía a quien sólo le corresponden las sobras. Por parte de su entorno pero también de su familia.
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A Narasimhulu le llamaban "El Ciego"  © Rafa Gassó
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Hoy lidera uno de los dos grupos con los que cuenta el shangam de Vikalangula, que empezó a trabajar en 1999 con 10 residentes y ahora alcanza los 34. Se encargan de la cría de búfalos que compraron a través de un crédito a dos años sin interés para personas con discapacidad que les concedió la Fundación –quien también les ayuda a pedir subvenciones al Gobierno-, e incluso de suministrar material escolar si hay algún niño en el grupo.

Es el resultado de un trabajo de campo que no siempre fue fácil, sobre todo al principio, cuando nadie sabía ver las ventajas de estar asociados por medio de shangams. Le ocurrió a Ramakrishna Reddy, un agricultor de 43 años mordido en dos ocasiones por una cobra e inutilizado para su trabajo, que en la actualidad es uno de los más implicados en la formación y apoyo de grupos y trabaja de cerca ayudando a un adolescente con discapacidad psíquica y motora al que visita varias veces por semana para ayudarle en sus ejercicios de rehabilitación. Quizá porque han comprendido que el hombre no es una especie programada para andar sola.
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Ramakrishna y su familia © Rafa Gassó



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domingo, 15 de junio de 2014

El "manifestódromo" contra las violaciones en India cada vez grita por más mujeres

- Los miles de sumarios por violación acumulados y sin sentencian mantienen las protestas en el espacio autorizado para tal fin desde diciembre de 2012

- Lakan y su familia se ha trasladado a Delhi con el firme propósito de no abandonar la plaza hasta que no se haga justicia

- Según un reciente informe de la Oficina Nacional de Registro de Delitos, los asaltos sexuales en India han aumentado diez veces en los últimos 40 años

- "Aquí todavía no ha venido el nuevo primer ministro a interesarse por nosotros. Eso es lo que le preocupa el problema de las violaciones"

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Parte de la familia de Lakhan en el manifestódromo, con su hermana Sanjali -subida en la moto- de 6 años. Lakhan se enorgullece de que la niña es la "activista y manifestante contra las violaciones" más joven © Rafa Gassó
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Los miles de sumarios por violación acumulados y sin sentencian mantienen las protestas en el espacio autorizado para tal fin desde diciembre de 2012
Lakan y su familia se ha trasladado a Delhi con el firme propósito de no abandonar la plaza hasta que no se haga justicia
Según un reciente informe de la Oficina Nacional de Registro de Delitos, los asaltos sexuales en India han aumentado diez veces en los últimos 40 años
"Aquí todavía no ha venido el nuevo primer ministro a interesarse por nosotros. Eso es lo que le preocupa el problema de las violaciones"

"Aquí todavía no ha venido Modi a interesarse por nosotros. Eso es lo que le preocupa el problema de las violaciones". Quien se expresa sin reproches pero no sin ironía sobre el nuevo primer ministro de India es Lakan, un estudiante de Sociología y el único que habla un poco de inglés entre una familia de 20 miembros que lleva instalada en Jantar Mantar, al raso, desde el pasado 16 de abril. El "manifestódromo", como también se le conoce, recorre apenas 200 metros acotados de esa misma calle. Se trata de un espacio autorizado y vigilado día y noche por un importante despliegue policial.
Ocurre desde que el Gobierno de Delhi lo habilitase para tal fin tras los violentos disturbios de diciembre de 2012, cuando Nirbhaya, una joven estudiante de Enfermería, fue violada en grupo en un autobús y luego arrojada desde este en marcha. Moriría días más tarde en un hospital de Singapur al que fue evacuada por la gravedad de sus heridas. Su delito, pasear por la calle más allá de las diez de la noche. Salía del cine de ver "La vida de Pi" con su novio. Lo último que debió de oír, en boca del más joven, fue aquel "¡Muere, perra!" que trascendió a los medios mientras era sodomizada violentamente con una barra de hierro.
Lakan y su familia han venido desde Bhagana, un pueblo del norteño estado de Haryana, con el firme propósito de no abandonar la plaza hasta que no se haga justicia con los miles de sumarios por violación que se siguen acumulando día tras día en los Tribunales de todo el subcontinente –incluidas cuatro denuncias presentadas por su familia-, pese a la medida de juicios rápidos que se aprobó a raíz del caso Nirbhaya y que parece, esa es la opinión, que ni siquiera se han puesto en marcha.
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Lakhan, estudiante de Trabajo Social en el manifestódromo © Rafa Gassó
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Según un reciente informe de la Oficina Nacional de Registro de Delitos, los asaltos sexuales en India han aumentado diez veces en los últimos 40 años. Pero no sólo a mujeres. 
Durante el año pasado, 184 niños fueron violados a menos de una hora de coche de Connaught Place, corazón comercial de la capital: Uno cada dos días. Una variante horrenda y poco mediática que ocupaba las portadas de la prensa hace pocos días.
Un crío de 10 años se dirige al ultramarinos cuando un hombre se cruza en su camino y se ofrece a enseñarle una paloma. Lo siguiente es un apartamento ocupado por ocho adultos que lo graban en video mientras, uno a uno, lo violan. Ocurrió a finales de mayo y lo descubrió su hermano mayor una semana más tarde cuando empezó a oír por el barrio, en boca de los propios acusados, mofas y burlas sobre el asunto. El niño había callado.
Un mes horribilis cuando se cumple año y medio del inicio de la ola de violaciones que puso a India en el mapa de la peor violencia de género, al que sumar las dos adolescentes primas de 14 y 15 años que aparecían colgadas de un árbol en el estado de Uttar Pradesh. El examen forense reveló que se habían suicidado después de haber sido víctimas de una agresión sexual colectiva. Eran dalits, la casta de los Intocables. O Alonari Deb, una discapacitada de 42 años violada y quemada viva por tres hombres en el estado oriental de Tripura, gobernado –curiosidad-, por el Partido Comunista. Casos no faltan.
¿Por qué?
"La historia es la de siempre", continúa Lakan: "Cuestión de castas, de poderes, de intereses, de policía y jueces corruptos, de amenazas de muerte. La sensación de impunidad, si estás bien rodeado, es total". El entorno de las dos primas colgadas de un árbol se quejaba de la apatía de la policía durante las primeras horas de investigación. También de haber sufrido amenazas de muerte. Las primas, además, que fueron asaltadas cuando se dirigían a hacer sus necesidades a cielo abierto, han proporcionado una nueva tesis para la prensa local, ávida estos días de titulares: ¿Será la falta de baños públicos una de las causas de ese mal, diríase que endémico, que azota a la India?, deslizan algunas de sus páginas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y Unicef estiman que aproximadamente 620 millones de indios –la mitad de su población-, defecan al aire libre. Lo corrobora el último censo: Hay más personas con teléfonos fijos o móviles que con baño en su casa. Se apunta, también, a la inseguridad de los baños públicos -en Delhi hay 413-, lugar de reunión por excelencia del lumpen de toda ciudad.
Para adornarlo, se cuentan casos como los de un padre cuya hija fue secuestrada en una parada de autobús, llevada a uno de estos baños y violada. O la de otra niña que buscando un lugar donde hacer sus necesidades, fue encerrada en uno de estos y asaltada. ONGs como la de Saksham, que trabajan sobre terreno en las peores áreas de Delhi, han comenzado a capacitar a menores para saber cómo reaccionar. "Gritar en el momento adecuado es importante", explica Sant Lal al teléfono antes de recordar el caso de una niña que mordió la mano de su violador y logró escapar.
Otros editoriales tratan de ir más allá. The Guardian hace alusión a una generación perdida de "hombres desempleados", hoy en la treintena, que nacieron después de la liberalización económica. En paro y sin formación, han buscado refugio en la violencia. "El desempleo y la pobreza son rasgos comunes entre las pandillas que violan", escriben. Lo cierto es que durante los años en que saber el sexo del feto aún no era delito, provocó una 'selección' que sólo en Uttar Pradesh –uno de los estados más pobres de India, donde más de 60 millones de personas viven con un euro al día-, ha dejado una estadística de 912 niñas por cada mil niños. La mitad de la población de India es menor de 30 años. La juventud y la escasez de mujeres hace difícil para estos hombres, pues –eso parece señalarse-, tener una relación normal.
Sin embargo, un repaso a las declaraciones políticas que mantienen a la opinión pública pendiente del próximo crimen, señalan otros indicadores para sacar conclusiones acerca del por qué de esta situación. La primera, precisamente la del ex Primer Ministro de Uttar Pradesh, Mulayam Singh Yadav, quien se refirió acerca de los tres violadores arrestados por la violación de dos chicas en Bombay, con las siguientes reflexiones: "Los chicos son chicos", "Los hombres cometen errores", "Cuando se termina una amistad, la chica se queja de haber sido violada" y "Vamos a garantizar el castigo a quienes denuncien casos falsos". De carrerilla.
Su hijo y actual sucesor, Akhilesh Yadav, en referencia a las dos primas que aparecieron colgadas de un árbol, espetaba a la prensa: ¿No se han enfrentado ustedes nunca a ningún peligro?". Más sorprendente resultó la Primera Ministra del Estado de Bengala Occidental, Mamata Banerjee, cuando calificó la denuncia de una mujer anglo-india que había sido violada en uno de los barrios más lujosos de toda Calcuta, de "incidente inventado para difamar al Gobierno". Ramsevak Paikra, titular de la cartera de Interior del Estado de Chhattisgarh, del gobernante partido fundamentalista hindú de Narendra Modi, BJP, aseguraba que este tipo de incidentes son accidentales. "No ocurren de manera deliberada".
Su homólogo en el Estado de Madhya Pradesh, Babulal Gaur, también del BJP, afirmaba que las violaciones "a veces están bien y a veces están mal". Para él, el asalto sexual "es un crimen social que depende de hombres y mujeres" y que sólo es asalto "si es denunciado a la policía". "Hasta que no hay una queja formal no puede pasar nada", completaba poco antes de rematar con un repaso a la moda y cultura extranjera: "Las mujeres en los países extranjeros usan jeans y camisetas, bailan con otros hombres e incluso beben licor, pero esa es su cultura. Es bueno para ellos, pero no para la India", sentenciaba.
Y aquí un apunte: un estudio realizado hace una década por la ONG india Sakshi, que trabaja en cuestiones de género, indicaba que el 74% de los jueces encuestados pensaba que la preservación de la familia debía de ser la principal preocupación de las mujeres. El 68%, que vestir provocativamente era una invitación a la violación. Y otro 55%, que la moral de las víctimas influía en las violaciones.
Abu Azmi, otro líder del partido gobernante en Uttar Pradesh, el populista Samajwadi, opina que las mujeres que son violadas "deben de ir a la horca" ya que si tienen relaciones fuera del matrimonio, "deben de ser castigadas junto con el violador". "El islam castiga la violación con la horca. Pero aquí no pasa nada para las mujeres, sólo para los hombres". Así pues, si cualquier mujer, casada o no, va de la mano de un hombre con o sin su consentimiento, "ambos deberían de ser ahorcados".
El Secretario General de la organización islamista Jamaat-e-Islami Hind, Nusrat Ali, llegaba más lejos: "La coeducación debe de ser abolida y las instituciones educativas deben de prescribir un vestido sobrio y digno para las niñas". Y no parece solo. El Ministro de Educación de la antigua colonia francesa de Puducherry, al sureste del subcontinente, quiere introducir "abrigos poco tropicales" para las estudiantes con el fin de que los hombres "no se vuelvan lujuriosos", así como prohibir los teléfonos móviles en las escuelas, principal fuente de contacto entre los más jóvenes. En la otra esquina del vasto subcontinente, en el Estado de Rajastán, el legislador de la ciudad de Alwar, del gobernante BJP, ha exigido la prohibición de las faldas como uniforme para las escuelas para mantener a las niñas "fuera de la mirada lasciva de los hombres".
Un poco más abajo, en el Estado de Maharashtra, el presidente del Samajwadi, reclama una ley que "impida a las mujeres llevar poca ropa". Y en Bombay, capital financiera del país, su jefe de Policía advertía de que "los países que tienen Educación Sexual en sus planes de estudio tienen un mayor número de delitos contra la mujer". La puntilla la colocaba Manohar Lal Sharma, un controvertido abogado indio, responsable entre otros de la defensa del 'caso Nirbhaya' –llegó a acusar de culpabilidad a la propia Nirbhaya porque una pareja no casada no debería de haber estado a esas horas en las calles-, al declarar a un periodista que hasta la fecha no había visto ni un solo caso de violación en una "dama respetada".
Ajeno a la estadística de que el 75% de las violaciones y asaltos sexuales ocurren en la India rural, Mohan Bhagwat, "jefe" del Rashtriya Swayamsevak Sangh, una organización nacional de voluntarios fundada en 1925, de corte nacionalista extremista y paramilitar, debería de haber poco menos que un éxodo "a las aldeas y bosques del país" y revisarse "los antiguos valores de la India". Coincide con un célebre gurú de Puri, en el Estado de Orissa, quien defiende la necesidad de cambiar: "Antes de la independencia [del Imperio Británico] pudimos mantener nuestra cultura y valores, pero en los últimos 65 años hemos perdido una gran parte de ella. Es lo que pasa cuando la delgada línea de la cultura y los valores se cruzó en nombre de la civilización y el desarrollo".
Más allá del surrealismo de Jitendar Chattar, líder de "Khap Panchayat" -un grupo de pueblos unidos por criterios de casta y geografía, entre Rajastán y Uttar Pradesh-, quien atribuye el creciente número de violaciones al consumo de comida rápida (concretamente al "chowmein" [noodles], por ser el "causante de un desequilibrio hormonal que provoca el deseo de disfrutar de tales actos"), quizá parte de la explicación de por qué India se enfrenta a lo que parece la más terrible pandemia de las últimas décadas la tenga Nanki Ram Kanwar. uno de los ministros de Narendra Modi en el Estado de Chhattisgarh,: "Una persona puede ser víctima de un asalto si las estrellas están en posiciones adversas. No tenemos ninguna respuesta a esto, sólo un astrólogo puede predecir".
Con esos argumentos generales, y pese a que la sede del BJP está muy cerca de Jantar Mantar, es poco probable que como cree Lakan, Narendra Modi, nuevo Primer Ministro de India, se pase a interesarse por la justicia que su familia reclama. Las temperaturas en esta época del año alcanzan los 47 ºC y el aire de fuego, asfixiante, apenas deja ni respirar. "Si vuelves mañana entre las 12h y las 15h, con un poco de suerte nos pillarás a alguno de nosotros asado, al punto, y listo para comer. "Tandoori [horno indio]demonstrator", bromea no sin poca sorna Pritish, un voluntario que da soporte a la familia de Lakan y que se acaba de unir a la conversación.

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