Óscar / © Óscar Tardío Benítez |
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Hola Morral. Llegué de Calella anoche de madrugada y
ahora acabo de llegar a mi casa. Me fui directo a la de P. Tenía miedo de
dormir sólo. Me abracé a ella, cerré los ojos reposando mi cabeza sobre sus
pechos, y por unos instantes me imaginé que estaba abrazado a ti. No te asustes. Me siguen
gustando las mujeres. Sólo que tú eras un ángel, caí ayer en la cuenta; un
ángel que transmitía esa calma y esa paz que tanto nos va a hacer falta de aquí
en adelante, y me dio un rollo “Ghost” psicodélico (o psicotrópico, vale, la
culpa la tuvo el Kiku unas horas antes al manufacturarse un dos papeles de
marihuana de pedo bendito y de muy laaargo recorrido), aunque muy práctico, la
verdad, porque me relajé, que era mi ansiado objetivo. No es que sea creyente,
ya lo sabes, pero me da que los ángeles son como los duendes, no tienen sexo ni
bandera ni religión.
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Llevaba cerca de 72h de amargo maratón. Primero la
llamada de Kiku el 25 a la noche, luego el viaje a Calella… No te dio tiempo a
saber que mi madre me había regalado, entre otras, una parca y esta bonita
maleta…
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… y se me ocurrió pensar que ambos regalos, en su
conjunto, ofrecían un simbolismo de lo más cómico dado que llevo una temporada
con todos mis trastos distribuidos por toda su casa. Lo que nunca se me ocurrió
pensar es que estrenaría ambas prendas para un viaje que nunca, jamás, querría
haber realizado. El único viaje que no deseé llevar a cabo bajo ningún
concepto. Y de pronto allí me vi, en un tren con destino a Barcelona para darte
el último adiós. Vino Alfons a recogerme y dormí en su casa. Nos acostamos
tarde viendo fotos, muchas tuyas, para variar. Estábamos en estado de shock.
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Es raro. Aún me queda el reflejo de esperar tus
collejas sonrientes por mi afición a fotografiar según qué cosas con Instagram,
tu voz gritando al otro lado del teléfono: “¡Chustooon…!”, para hablar
incansablemente de nuevos software de fotografía, de proyectos que nos quemaban
en las manos, de horizontes que se dibujaban en nuestra imaginación “llena de
pajaritos”.
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También me queda el reflejo de buscarte para decirte, “¡Hey, Pixilla,
he conocido a tus amigos de los que tanto me hablaste!”. El tonto reflejo de
pensar en hacerme una foto con ellos para luego enviártela… ¿A dónde,
exactamente? Qué duro, amigo. Me encantaría poder decirte que allí estaban
todos, tal como me los habías descrito mil y una vez. Iván, el compinche para
el último viaje de Alfons y mío a Córdoba por Halloween (tu hermano aún se
descojonaba de las máscaras que llevamos); Santi, “el tipo capaz de comerse la
peor guarrada del mundo” (llevábamos sin vernos desde Marruecos). También
Mónica, tan guapa como decías, pero sobre todo de gesto tan dulce como habías
descrito. Salva, “el tipo más duro que conocías”, y sin embargo tan entrañable.
“Tan duro como para vivir dos años en Andorra en una Citroën Express”,
admirabas. Un tipo increíble, sí señor. Hablamos bastante. Vaya par, debíais de
dar miedo. Ricard, el vivo retrato de un tipo de gran corazón, como Gaizka, “el
loco de las pelucas”, autor de una de tus fotos más divertidas y delirantes,
quien por cierto, fue el único capaz de hablar en tu funeral sin romperse en
mil pedazos, qué gigantones bonachones. Dani, “ese gran person que estabas
empeñado en que conociera porque nos indignábamos del mismo modo cuando
viajábamos”, ese modo que te lleva a perseguir buscavidas a la carrera para aplacar una
violenta sed de justicia imprevisible como un volcán cuando tratan de tomarte
el pelo o de robarte sin elegancia. Fue él quien me acercó de Calella a Sants, en el
Mercedes bueno, motor puta madre, que una vez pintó en Ashila y que yo vi en un video que me enseñaste mientras lo conducía por Marruecos, sonriente, y escuchando a Julio Iglesias. "Es el tío más feliz del mundo", decías entre carcajadas. Llegamos raudos y quitándonos el turno de palabra a traición en un habitáculo “lleno de
pajaritos”, tantos como los que nos dejó el dos papeles del Kiku, quien no paró
de llorar como un valiente. Como todos, la verdad. Sin miedo ninguno. Tal era la pena.
Aunque si hubieras visto a estos dos mutantes de Kiku y de mí abrazados y mocosos como
chiquillos tú también habrías sentido pena, puedo asegurártelo. Pero de la
estampa que debíamos de ofrecer al respetable J Seguramente había muchos más amigos que me dejo sin nombrar, pero
comprenderás que mi cabeza no estaba muy despierta. Aún me cuesta pensar.
De izquierda a derecha, Gaizka, Óscar, su madre, su padre e Iván, en un viaje realizado a la aldea de Cuenca, en Córdoba, para raparle la cabeza a Óscar / © Living my cáncer / Óscar Tardío Benítez |
Lo que me dio por pensar ayer es que fuiste un hombre bueno
que tuvo la virtud de rodearse de gente buena. Esto dice mucho de ti. Tanto
como el hecho de que fueras un ángel o duende lo demuestra, precisamente, que sea tu estela lo que nos hayas dejado en herencia: Un pequeño ejército de gente buena,
cada uno de su padre y de su madre, a los que sin que nadie nos diéramos cuenta
formaste a medida con muchas sonrisas y pequeñas enseñanzas que ahora se
revelan fundamentales. Una particular y variopinta tropa de grandes corazones
con ese nexo común que es la bondad y la pureza sin postureo ni cartón. Me
consuela pensar que si he perdido un amigo también he ganado nuevas amistades que te construiste poco a poco a modo de fortaleza, el gran proyecto de tu
vida. Sí, eras un ángel, por eso te fuiste el 25, día de Navidad. Ya sabes que
no soy creyente, pero sí que me vengo arriba y asocio nido con pájaro con tan
sólo unas pocas caladas. De ese modo nos hicimos amigos (¿o no?), por nuestra afición a
pensar atropelladamente, a la velocidad del rayo. Con la sonrisa perenne en el
rostro: Tú natural. Yo (tal vez) inducida. Da igual el medio cuando el mismo fin
es igual de loable: Vivir, sonreír.
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Te conocí en medio del viento un mes de diciembre.
Quizá en la plaza con más viento del mundo, abierta de par en par al Atlántico,
en Marruecos, “ese país donde las montañas mueren en desiertos y los desiertos
en mares violentos”. Te acababas de divorciar y habías decidido perderte por el
África negra -esa misma que yo sólo accedería a conocer si era de tu mano-, sin fecha de vuelta, con tu perro, Ego, y con tu coche, un
todoterreno del año 3 que habías convertido en un hogar rodante de hacer kilómetros
con tus hábiles manos ‘MacGuiver’. Ya no estás aquí para corregirme, pero
supongo que te diría, “Vete a tomar por culo y vente a dormir a mi casa. Perro
incluido”. A esto último no accediste, pero te quedaste unos días y Ego al
menos pudo comer y beber con nosotros en aquel estupendo jardín que tenía la
casa. Luego volviste unos días con Santi, yo dejé la casa, me perdí a su vez
por Asia y la siguiente vez que volvimos a vernos fue en el aeropuerto de El
Prat. Fue cuando yo volvía de Berlín para pasar la Navidad en familia. Viniste
a recogerme y nos perdimos en un bar de la antigua Barceloneta para ponernos al
día. Pagaste tú, por cierto, yo estaba sin un duro. Nos habían pasado tantas cosas. “Qué cojones hace el Gassó en Berlín. ¿Me lo puedes explicar?”. Aquel
día que nos presentó Leila en la Place de Moulay el Hassan fue como ese primer
día de clase en el colegio infantil en el que sólo de una mirada o un gesto -estírame el dedo. Y el otro se tira un pedo-, ya sabes quién
será tu amigo del alma durante todo el curso y todos los que vengan después. Mismo
humor, mismos horizontes, mismas ganas de gamberrear este mundo lamentable para
quitarle hierro a esa gravedad gratuita que algunos se empeñan en ponerle a la
vida…
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Este es el cielo que quedó en el ocaso de tu despedida. Seguro que fue obra tuya, Pixilla ;) |
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Estos días recuerdo aquella mañana en Rishikesh, norte de India, yendo a curiosear el ashram en el que estuvieron los Beatles.
Caminábamos uno al lado del otro, hablando de los momentos de soledad a los que
uno se enfrenta cuando se viaja 'de a uno' en trayectos que duran meses. De
pronto nos quedamos callados y pensativos, nos miramos, paramos en seco y nos
dimos un sentido abrazo para ahuyentar esa supuesta soledad y falta de cariño. Fue el instante previo a que dos sonoras carcajadas
rompieran el momento absurdo que habíamos creado sólo por echarnos unas risas.
También, la huida de ese parque temático de la espiritualidad dominado
por pijipis occidentales de hostia redentora que emprendimos a bordo de un taxi
con cuyo maletero mega oxidado yo me abrí la frente, cantando “Malagueña salerosa” como grito de victoria. Son muchos momentos. Como el chile que te
comiste en una daba de Nueva Delhi, “¡Me sobran huevos!”, haciendo
caso omiso a nuestro "No lo hagas". Capitán Guindilla. Pasaste del
morado al azul y del azul al amarillo y tardaste tres horas en volver a poder
hablar tras calcinarte garganta, nariz, orejas y cerebro. Lo que nos pudimos
reír el Kiku y yo mientras nos mirabas con cara de “sois un par de hijos de
puta” con sonrisa de oreja a oreja. Risioterapia de la maldad bondadosa como
modo de vida. Esa fue siempre la idea.
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Te fuiste sin explicarme el método Dragan, Pixilla.
Ya ves, sí, fue una de las tantas tonterías que me dio por pensar mientras pasaba
de la incredulidad al llanto y del llanto a un desconsuelo que se me antoja
infinito. Leía los últimos Whatsapps de hacía escasas horas, leía el post que
me habías dejado hacía tan sólo un par de días en mi muro de Facebook, leía tu
última entrada a “Living my cáncer” y… No me lo creía. No podía dejar de
mirar la conversación a la que le hice una foto de esas que tanto detestabas
sólo porque estaban hechas con un móvil. Me hace sonreír pensar en esto. En
realidad es una captura de pantalla, no una foto. “Pos vale”, dirías tú. “Un
chustón”. “Todo lo que no sea un f1.4 es un chustón para ti, jodido
Polvorilla”, contestaría yo. Y luego sé que los dos nos quedaríamos mirándonos
de reojillo y pensando en silencio, para nuestros adentros, si no sería el otro
el que en realidad tendría razón. Tampoco el último Whatsapp que te envié el
día 25 a las 12.12h del mediodía, al que ya nunca contestaste: “¿Cómo
va? Lanza bengala”. Luego me enteraría de que quisiste advertirle a tu
hermano de que nos contestarías a todos después de descansar un rato, por la tarde.
Fueron tus últimas palabras. Yo pensé que no contestabas porque estarías
sobrepasado de mensajes y también de efectos tóxicos secundarios de esa última
quimio que, para esos días, ya estarían empezando a presentarse, como ha
ocurrido en cada sesión de este último ciclo. Lo hablamos muchas veces. Una
cosa y la otra, los efectos de este último complejo químico, que ya te había
provocado acúfenos y sordera, pero sobre todo la incapacidad de gestionar tal
avalancha de cariño con todo éxito. Normal. Tu forma de entender el mundo era un canto de sirenas que atraía a multitudes. Así que no le di importancia. Te llamaría el
26. Pero el teléfono se adelantó.
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En la noche del 25, después de 24h de
auténtica maratón familiar, salí a la calle a dar un paseo a cabezazos contra
esa “ciclogénesis explosiva” (o “creativaaaRL…”), que en realidad era una
ventolera de mierda y cojones de toda la vida, peste de nombres apocalípticos.
Calles vacías, viento fresco en el rostro, deambule sin rumbo. El plan perfecto. Nunca llevamos muy bien que nos taladrasen el tarro, bastante
teníamos con mantener bajo control nuestra hiperactividad cerebral como para
que alguien nos contase su fascinante vida interior. Y de pronto sonó el
teléfono. Era Kiku, 23.19h. A las 21.35h tu cuerpo no había podido más. ¿¿¿Qué??? ¡Si habíamos estado de coña hacía nada! Y yo no te veía mal. Siempre te lo dije. Había pasado por lo mismo que tú 15 años atrás y hablábamos del tema con bastante franqueza. Suavizando, pero sin desviar las cuestiones que te inquietaban. Y te juro, Óscar, que nunca pensé que nunca llegarías a puerto. Estaba convencido de que TODO quedaría en una muesca más en una vida, la tuya, plena de viajes y aventuras. Busqué asiento, mareado. Te habías ido y no había sido capaz de ver venir semejante oscuro desenlace. Tiene cojones
que después de esa breve conversación balbuceante con Kiku sólo quedara viento, como la
primera vez que nos vimos en la Place de Moulay el Hassan. Viento violento y silencio. Sólo silencio.
Aún no me puedo creer que ya no estés. Pero ya
está. El peor de los escenarios ha sucedido y “ahora sólo queda asimilarlo”,
que dijo Dani en la puerta de Sants. A la salida de la Iglesia tu padre nos
pidió un “No olvidéis a mi hijo” y no,
no te vamos a poder olvidar. Siempre estarás con nosotros. Como decía tu
bienquerido Salva removiendo los hielos de un gintonic de Hendrix que nos
calzamos a tu salud en el garito que más detestabas de toda Calella (lo que
entenderás que me pareció la mejor elección, un pacto es un pacto; todo
por echarse unas risas): “Para mí no se ha ido”. De hecho ya han surgido varios
proyectos en tu memoria. Uno es una página web que albergará todos tus trabajos
fotográficos y todos tus textos (incluido el inconcluso “Fotografía Accidental”),
y a ser posible un capítulo de cada uno de tus amigos -que me comprometo a
editar y abrillantar uno por uno-, explicando quién fuiste, con su
correspondiente galería de fotos de álbum personal (amén de una sección de vídeos que lleva el nombre de Kiku, advierto al aludido). También, un encuentro
homenaje después de Semana Santa en Essaouira, a donde se baraja bajar tu catxarret,
por cierto, después de terminar de arreglarlo, aprovechando que Ricard y Gaizka
concluyen allí un rally con esos jeeps por los que les inoculaste el gusanillo
de trotar a cuatro ruedas por los sinuosos caminos de África. Juli, ese “otro
crack”, como decías, tu hermano, opina que tú ibas repartiendo semillitas de ganas de hacer
cosas entre la gente. Parece cierto. Y bueno, por último, ya sabes que me vengo
a arriba con espantosa facilidad, se me ha ocurrido que estaría bien liar a la
Estación de Grandvalira para crear un premio fotográfico con tu nombre, en
Calella, que trate sobre el espíritu de superación personal. Alfons sería el
perfecto director del proyecto. Ah, y una exposición para las navidades del año que
viene.
Ya ves que no te vamos a olvidar nunca, Polvorilla.
Vamos a echar mucho de menos a ese ángel que fuiste, consagrado a salvar vidas
en la montaña o en el fuego.
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Y joder, qué insoportable se hace ahora la idea de que nada pudiéramos hacer nosotros por salvarte a ti la tuya...
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Me impresionabas mucho, nenico. No sé si te insistí suficientes veces. Esa frase tan tuya y que tan bien te definía y que pronunciaste en diferentes momentos de tu vida, siempre quitándote y quitándole importancia a las cosas que no debían de tenerla. "Si se puede, se puede. Y si no, ¡a otra cosa, mariposa!". Queden tus palabras, pues, esas que tanto me impresionaban mucho antes incluso de quedar escritas, en lo que hoy sé que fue tu despedida (tal vez) inconsciente pero certera:
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Y joder, qué insoportable se hace ahora la idea de que nada pudiéramos hacer nosotros por salvarte a ti la tuya...
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Me impresionabas mucho, nenico. No sé si te insistí suficientes veces. Esa frase tan tuya y que tan bien te definía y que pronunciaste en diferentes momentos de tu vida, siempre quitándote y quitándole importancia a las cosas que no debían de tenerla. "Si se puede, se puede. Y si no, ¡a otra cosa, mariposa!". Queden tus palabras, pues, esas que tanto me impresionaban mucho antes incluso de quedar escritas, en lo que hoy sé que fue tu despedida (tal vez) inconsciente pero certera:
“Hoy es día 23 de diciembre. Son ya ocho
meses de tratamiento. Sin progresión, sin mejora. Sé, a día de hoy, que dos de
los tres tratamientos protocolados para mi enfermedad no funcionan. El futuro
es incierto, siempre lo es. A algunos este futuro se nos muestra más real y
próximo que a otros. Así que desde esta posición que se me antoja vivir os pido
que no se os ocurra desaprovechar vuestra vida. ¡Sacudiros la pereza y salir a
por todas! ¡Es una orden! ¡Coño!
[…] se avecina tiempo de cambios y noticias
importantes. Un desenlace quizás próximo, por lo menos un punto en el horizonte
hacia donde trazar rumbo. Y es que yo no necesito un continente donde sentirme
firme, ni tan siquiera un salvavidas al que agarrarme. Yo aún sigo fuerte para
seguir nadando en mar abierto durante mucho más tiempo rumbo a las estrellas”.
Te quiero mucho, Polvorilla. Y te voy a echar mucho, muchísimo, de menos.
(Nunca pensé que perdería a un amigo del alma).
(Nunca pensé que perdería a un amigo del alma).
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Algunas estampas para el recuerdo... LOL
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Algunas estampas para el recuerdo... LOL
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Paseando por las calles de Nueva Delhi con una israelí temerosa de Pahar Ganj / © Kiku Comino |
Qué bien lo pasamos con el ojo de pez del Kiku y unas cuantas cervezas nocturnas / © Kiku Comino |
Viajar en tren por India es SÚPER divertido, tal como se ve en la imagen filtreada como TANTO le gustaba a Óscar ;) |
Abandonando Rishikesh tras reventarme la frente contra la puerta del maletero de un taxi oxidado y antes de arrancarnos por bulerías una "Malagueña salerosa" |
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