miércoles, 13 de noviembre de 2013

Nirbhaya (I)


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"Si no podemos evitar las violaciones, disfrutémoslas". La noticia está publicada por Europa Press y recoge unas declaraciones del mismísimo Director de la Oficina Central de Investigaciones, la principal oficina de investigación criminal de la policía india.
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El año pasado, por estas fechas, viajaba junto a dos amigos de Pushkar a Bundi, dos de las más bellas poblaciones del Estado del Rajastán. Además de para tomarme un par de días de vacaciones -para ese momento la cantidad de artículos que me pedían desde Madrid sobre la ola de violaciones que parecía azotar al subcontinente de la noche a la mañana rayaba en lo morboso (aunque en ningún caso tamaña y macabra tradición fuera así de repentina)-, y de paso, también quería visitar, cuatro años después, a la familia que me había acogido en mi primer viaje a ese lugar tan incómodo de llegar por carretera, protagonista de un pequeño artículo para la revista MujerHoy. Por eso mismo habíamos alquilado el servicio de un "taxi". 
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Esa misma mañana en la que partimos yo debía de hacer una conexión en directo para hablar del escabroso tema con la cadena Ser. La hora de la conexión coincidía con la mitad de nuestro trayecto, así que convenimos con el conductor que nos buscase un llano en el camino sin ruido ambiente ni cientos de indios revoloteando alrededor, con los ojos como platos, extremadamente curiosos como son, que dificultasen la incómoda tarea de oír bien lo que te están preguntando desde un estudio situado a más de 12.000 kilómetros de distancia. Poco después, ya que estábamos, hicimos un alto para comer.
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Fue en esa parada cuando, un poco por hablar de cualquier cosa, un mucho por curiosidad, le pregunté a nuestro conductor (un tipo joven muy amable y muy simpático, eficaz y hombre de confianza de otros amigos que nos lo habían recomendado; también parte muy representativa de esa nueva clase media india que un Sociólogo de allí describió en "dos tipos: La que tiene coche y la que no"), qué pensaba de todo aquello que había destapado el caso Nirbhaya.
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Nunca se me ha cerrado el estómago tan de golpe ni he sentido el deseo de romperle a alguien un plato de comida en la cabeza (sobre todo a la hora de comer), como cuando el tipo, confiado y relajado por el amigable ambiente que se había creado, contestó: "El problema no es la violación, el problema es que a Nirbhaya le metieran una barra de hierro por el culo" [que le desgarró y extrajo los intestinos dejando una escena de auténtico horror ante la impasibilidad de la policía, que durante más de una hora, con Nirbhaya agonizando en la calzada, estuvo discutiendo a quién pertenecía la jurisdicción de esa zona].
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Lo que me turbó de esa confesión despreocupada, con la boca aún llena de comida, fue precisamente la despreocupación y alegría de semejante razonamiento, por desgracia mucho más común de lo que podría parecer en un país de 1.200 millones de habitantes de los que un 60% son analfabetos, vistos los graves disturbios que generó el caso
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Por lo demás, me encontré con la familia, de quien cuelgo la foto que ilustra este artículo. Lo que parece un niño es en realidad una niña vestida como un niño para evitar la discriminación a la que se enfrenta la familia entera, en el pueblo de Bundi (uno más), por el delito de haber cogido las riendas de un negocio siendo mujeres, tras la muerte del cabeza de familia.






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