lunes, 14 de octubre de 2013

Encerrado en el Sáhara

El calor en el interior de una jaima ubicada en Ain-Beida, uno de los barrios de la wilaya (ciudad) de Dajla -el campamento de refugiados saharauis más al sur de los cuatro que aloja la hammada argelina-, a las tres de la tarde es endemoniadamente infernal. No es ese el motivo, sin embargo, por el que Cori Ahmed Baba Sidati, un niño de dos años y medio que sufre Parálisis Cerebral (PCI), llora entre la desesperación muda y la angustia del desconsuelo casi las 24 horas del día. Su cuerpo menudo y frágil, de mirada apagada y perdida, baila de unos brazos a otros de las cuatro mujeres de la casa. Le cantan suavemente al oído, le besan sin descanso y no le quitan la mirada de encima ni cuando por fin le vence el sueño y queda dormido sobre las alfombras que hacen las veces de hogar sobre la arena, dormitorio bajo un cielo de mil estrellas y lugar de reunión familiar y vecinal a la hora del té. En esta época del año la pesadez de las moscas, que revolotean por cientos, alcanza su clímax de hastío, cuentan mientras se las espantan de encima.

Cori nació con una deformación en el pene que responde al nombre de “Hipospadias Coronal”. Lo explica Gonzalo Herrera Ortiz, Adjunto al Servicio de Cuidados Críticos y Urgencias del Hospital San Cecilio de Granada, Presidente de la Asociación Granadina de Amistad con la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), y anónimo médico voluntario durante sus vacaciones y otras excedencias de título particular de la Enfermería de Dajla. La Hipospadias Coronal es un defecto que, en el caso de Cori, le mantiene cerrada la uretra en su salida natural, y su propio organismo le ha provocado otro pequeño orificio en la parte baja del pene, el único por el que puede orinar. Un defecto congénito que, explica el facultativo, le está provocando infecciones urinarias “de repetición”. Estas podrían afectarle su función renal, primero, y provocarle un shock séptico con resultado fatal. “El problema no es la PCI”, advierte Herrera Ortiz. “Eso no tiene cura y en ningún caso podría provocarle una situación aguda y de gravedad”, expone.

Convicto de la burocracia
“Esa malformación tiene un tratamiento quirúrgico que, evidentemente, no se le puede proporcionar aquí en los campamentos”, prosigue el doctor. “No existe un plazo pero sí la seguridad de que en cualquier momento cualquiera de esas infecciones puede tener consecuencias funestas con resultado de muerte. Y más en el caso de un niño”. El problema no es la operación, pues, sino conseguir el permiso con el que viajar a España para poder pasar por quirófano. Un trámite que arrastra una larga espera desde el mismo día del nacimiento de Cori. ¿Cuál es problema para no trasladarlo? Nadie sabe responder si el freno a su salida de la hammada argelina para un viaje que cuenta con todos los documentos necesarios para llevarse a cabo –pasaporte en regla de la madre y un acta matrimonial que certifica que el padre vive en Sevilla desde hace dos años en situación regular-, se pierde en la burocracia del Frente Polisario, del Gobierno argelino, del Consulado de España en Argel… O tal vez en los serios recortes en Sanidad que afectan a España.

A la sombra de una Enfermería perdida en una tierra inhóspita y de fuego que a pocos parece importar, a poco menos de 200 km de Tinduf y a otros dos mil de la costa, Herrera Ortiz rememora una fecha que dice tener grabada por siempre en su memoria y que resume el ignominioso olvido al que está sometido un pueblo que fue un buen día fue abandonado por España y expulsado al exilio de Marruecos a plomo y napalm: La del 13 noviembre de 2012. Ese día, Mulay Ahmed, otro saharaui de 21 años enfermo de un cáncer de nariz, murió rogándole a Herrera Ortiz que acabara con él. Nunca pudo ser evacuado a España para su tratamiento “ni tuvimos una mísera ampolla de morfina con el que calmar su agonía”, evoca con el gesto grave y cansado. De no atajar lo más pronto posible este nuevo caso de urgencia, Cori podría ser el próximo en abandonar este “desierto de los desiertos”, como lo definió el escritor Eduardo Galeano, por la puerta de atrás. La del absoluto fracaso.

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