- A pesar de su prohibición, India concentra cerca del 40%
de las bodas infantiles que se celebran en todo el mundo
- Nos acercamos a las historias de Subhasini y Chinnadevi,
ambas de 11 años
- Una que logró evitarla, otra que huyó tras aquello que
todos celebraban
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Chinnadevi huyó después de casarse con 11 años © Rafa Gassó |
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"Si no me ayudáis me…". La traductora
interrumpe su relato e indica sutilmente que más tarde, en privado, terminará
de desvelar el contenido de la angustiosa carta de socorro que Subhasini, una
niña de 13 años, escribió a la Fundación Vicente Ferrer cuando apenas cumplía
12 primaveras y un posible marido de 35 la pretendía. Estamos en Kalagueri, una
remota aldea perdida en algún lugar de Andhra Pradesh -uno de los estados más
deprimidos de India, donde una de cada dos niñas menores de edad (55%) es
entregada en matrimonio-, y la familia, que nunca supo que Subhasini amenazó con
suicidarse, permanece muy atenta a la conversación.
Los 47 ºC de calor seco y la misiva a mitad traducir,
ferozmente desgarradora y brutal para estar firmada por una cría, hacen de la
construcción de adobe en la que se desarrolla el encuentro un paisaje irreal.
Pero es tan real como un país que concentra cerca del 40% de las bodas
infantiles que se celebran en todo el mundo, pese a que el mismo subcontinente
las prohibiera en 2006.
La historia de Subhasini, la de muchas otras, comienza
con una madre fuera de juego enferma de depresión, un padre que desaparece del
mapa sin dejar rastro y unos abuelos que piensan, como el resto de vecindario,
que si casan a la niña ésta no quedará sola y desprotegida cuando ellos mueran.
Son dalit, saben bien lo que significa pertenecer a la casta de los Intocables
en un entorno de extrema pobreza. Y un viudo padre de dos hijos que se ofrece a
perdonar la dote a la niña a cambio del "Sí, quiero" no suena a peor
solución si es que, además, son los terratenientes de castas altas lo que se
ofrecen y apresuran a organizar por todo lo alto la ceremonia.
Un evento que es paralizado antes de la pedida de mano:
la niña ha tomado nota en las charlas de concienciación que la Fundación brinda
sobre terreno y sabe dónde acudir, a quien llamar, pese a que tres meses
después el pretendiente vuelva a la carga con amenazas que caerán en saco roto
con la nueva legislación india. Esta establece que un menor podrá pedir la
nulidad del enlace al alcanzar la mayoría de edad, obligando al mantenimiento
de la mujer hasta que vuelva a casarse. Pero si el contrayente, además, es
mayor de edad, podría ser condenado a dos años de cárcel y a una multa de cien
mil rupias (unos 1.250 euros). Subhasini ha tenido suerte. No es el caso de
Chinnadevi, otra niña de su misma edad. También de su misma casta.
Chinnadevi logró paralizar su boda © Rafa Gassó |
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Casada
por dinero
Hija de un padre alcohólico que desaparece de casa por
temporadas, sigue siendo la madre de Chinnadevi, a día de hoy, la que sustenta
a la familia trabajando en el campo mientras se expone a unas temperaturas tan
elevadas e insoportables, que podrían justificar que cualquier medio es válido
para evitar el fin que nadie desearía para su hija. Ante ese panorama, la
figura de la abuela –máxima autoridad en la jerarquía familiar india-, su abuela,
decidió, otra vez, que lo mejor que podía hacer por su nieta era casarla.
Cerciorarle una seguridad económica futura que jamás tendría en casa y
ahorrarle, también –quizá, es posible-, alguna deshonra poco infrecuente que,
de suceder, la condenaría a la soltería en vida con toda seguridad. Todo ello
lo decidió hace dos años, cuando Chinnadevi tenía 11.
Le buscó un posible marido y encontró un pretendiente 28
años mayor que la niña, de 39, cuya mujer se había fugado con otro. Era
perfecto. Él no sólo le perdonaría la dote a la chiquilla, sino que a ellos les
compraría una casa y les daría dinero.
Pese a la intervención de nuevo de la Fundación Vicente
Ferrer, que detectó el caso sobre terreno, la abuela continuó con los
preparativos sin hacer demasiado ruido y una tarde, al regresar la niña del
colegio, se celebró la boda a escondidas, apenas con la abuela y unos pocos
testigos presidiendo el nefasto plan en un templo cercano. Les amparaba la
noche cerrada. Horas después, en el lecho de bodas, como sucede en tantos
lugares del mundo, el marido exigió lo que consideraba sus "derechos
cnyugales" y ahí empezó para Chinnadevi la verdadera pesadilla.
La niña, de profunda expresión madura, mira a su madre
-de gesto compungido y ojos muy abiertos-, de soslayo y con ternura, y asiente
despacio, mirando a los ojos con contundencia. No cuesta imaginarla resistiendo
con las mismas dosis de miedo, fiereza y determinación ante los deseos sexuales
de un hombre que en este lugar del planeta podría ser su abuelo. No ceder,
resistir hasta caer al suelo del último golpe de una paliza desmedida, tan
sanguinaria y cruel, que la abuela, de visita tres días después a la ‘suite
nupcial’, al encontrarse con una chiquilla muy malherida y muy temblorosa,
decide llevársela de vuelta al hogar familiar.
Una
pesadilla sin fin
Los testigos, pero también la aldea entera -enterados del
caso-, exigen entonces que la niña regrese con el marido. Cuestión de
costumbres, de ‘decencia’. Él por su parte, y también su familia, no aceptan ni
la anulación ni la ilegalidad de la boda. Chinnadevi, que sólo ansiaba
estudiar, recuerda llorar "mucho". Así que esta vez, la abuela,
consciente del error, decide abrir las puertas para evitar que su nieta vuelva
con el marido y la Fundación entra de lleno en el caso.
Después de dos fallidas reuniones, casi tribales, con
toda la gente del pueblo en torno a un encuentro extraordinario y de formas
solemnes, en las que ni se acepta ni contempla la opción del divorcio, llega
una tercera en la que la Fundación, con la ley en la mano, recuerda que es
ilegal que él estuviera casado y con hijos con anterioridad a la boda. Ingresan
a la niña en un colegio internado y llegan los 15 días de vacaciones escolares.
Y con ellos, también, el padre desaparecido, la segunda parte de la pesadilla,
quien al enterarse de toda la historia decide ir a buscar al esposo… para
emborracharse junto a él y volver a casa de la abuela, de la niña, de la madre,
a gritos, con la intención de devolver a la niña con el marido. Sin mucho
éxito, por fortuna.
Después de llegar a un acuerdo con el ya ex marido, por
el que deberá indemnizar a Chinnadevi con 10.000 rupias (125€), en concepto de
todos los daños causados, éste decide retar a la abuela y a la niña cinco días
después; y una vez más, borracho y amenazante. No piensa pagar. Sin embargo,
son ahora los propios testigos los que quieren denunciar y el jefe de la
policía, sometido a presión, logra saldar el asunto con una multa de 8.000
rupias que el marido, en esta ocasión, sí pagará.
Otra realidad posible
El dicho popular de India reza que "Todo es
posible", incluso los finales felices. Hoy, la Fundación Vicente Ferrer se
hace cargo de la comida y manutención de una y a otra, y ambas pueden estudiar
internas en un colegio público.
Subhasini quiere ser profesora y dar clases en su aldea,
si es que consigue ser funcionaria y no la destinan fuera, advierte consciente
de los azarosos designios de la burocracia universal. Le encantaría dar clases
de refuerzo de matemáticas, inglés y telugu –la lengua local de Andhra
Pradesh-, a los más rezagados. Dice que disfruta leyendo y no bailando, como su
hermana pequeña -señala risueña-, y aprendiendo a cocinar con su abuela.
Su plato estrella es la "salsa de tomate", el
mismo que el de Chinnadevi, curiosamente, quien amplía su carta de
especialidades al "arroz" y a las "lentejas". Pasar el
tiempo frente a los fogones, jugar con la hija de su cuñada –tiene un hermano
que está aprendiendo el oficio de albañil-, con las amigas que van a su casa a
visitarla o ver la tele, es lo que más le gusta cuando llega del colegio en
vacaciones. Quiere ser bióloga, asegura sin dudarlo. Sabe, como Subhasini, a
quien no conoce, que otra realidad es posible.
Subhasini quiere ser profesora y dar clases en su aldea © Rafa Gassó |
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