La brasileña Débora, de la compañía 'Traço', actúa en un hospital de Nablus © Rafa Gassó |
"En 2002, durante la segunda
Intifada, llenaron estos tanques de agua [que suministran a la Ciudad Vieja de
Nablus] de veneno. Nos costó limpiar todas las cañerías cerca de siete
meses". La mayoría de la expedición de 'clowns' que conforma esta segunda edición del 'Festiclown Palestina'
guarda silencio tragando saliva con los ojos enrojecidos mientras algunos,
despojados de esa nariz de payaso que todo lo puede, se han apartado del grupo
discretamente y liberan sus lágrimas, sin complejos, sentados en una esquina.
"La salud mental es muy importante para nosotros. Que nadie olvide, y especialmente los niños, que más allá de la guerra y la destrucción de la vida diaria existe el color y la risa, la distracción y, sobre todo, la cultura", explica Ihab Ghafri, psicólogo de formación, 'clown' local participante en el festival y arrojado videoperiodista, que trabaja con los más pequeños, traumatizados y con casos de amnesia por lo que han tenido que presenciar y sufrir a lo largo de sus jóvenes vidas.
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Una función con final feliz
Es el caso de una adolescente
proveniente de Gaza e ingresada en la Unidad de Cuidados Intensivos del
hospital de Rafidia, portadora de una prematura mochila aparcada en algún lugar
de su memoria en la que guardar a un padre fallecido y a una madre que lucha
contra intensas heridas en la Unidad de Quemados del mismo centro médico,
varias plantas más arriba. Débora Matos, integrante junto a Egon Seidler de la
compañía de teatro brasileña Traço -que paralelamente compatibiliza un proyecto
de 'clown' que trabaja en hospitales-, logra que se relaje y eche a reír tras
la máscara de oxígeno tras varios minutos bailando y cantando una dulce bossa
con el objeto de alejar el sollozo de una aséptica habitación cuya única música
posible, las 24 horas del día, es la que escupe el electro marcando sus
constantes vitales. Luego será Débora quien aleje su propia tristeza, sentada y
en silencio, sujetando su nariz de
payaso entre las manos, en alguna butaca de algún hospital,
mientras mira sin mirar a ninguna parte. Le ha ocurrido ya varias veces en este
viaje. Desplomarse con discreción tras lograr que un niño que llevaba dos meses
sin soltar palabra emitiese un sonido gutural de alegría al verles haciendo el
payaso. Literalmente.
Y así, entre risas, carcajadas y
otras medias sonrisas que ahogan el drama y expulsan fantasmas de territorios físicos y mentales,
concluía la expedición 'Festiclown Palestina' ante un exultante público de
cerca de 2.000 personas que coreaba y aplaudía animoso el buen hacer de esta
campaña de locos benditos, en el teatro al aire libre de Jamad Abd Al-Nasser de
Nablus y bajo la vigilancia, en la lontananza de los picos de las montañas que
rodean a la ciudad, de cuatro cuarteles militares del ejército de Israel y
nueve 'checkpoints' preparados para aislar y cerrar la ciudad en un tiempo
récord de cinco segundos.
Lo hacía a bordo de un trenecito
que entró en escena anunciado por el compás de la rumba de Mr. Kilombo y del
que se apeó la magia de Traço, Laura Mandarina y Pablo Superestar, el mimo
hilarante de Johnny Melville, las acrobacias de David Cebrián, Kanbahiota y el
Palestinian Circus School con sus sorpredentes Dance Boys y, por supuesto, el
director de orquesta, en calidad de presentador, Iván Prado, quien recordó que
"como metáfora de esa nueva humanidad que está por llegar, el 'Festiclown
Palestina' ha reunido artistas de un corazón extraordinario, de una generosidad
sin límites, que nos han hecho soñar que el circo, el 'clown' y las artes se
convertirán en una palanca de transformación de la vida".
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